domingo, 13 de octubre de 2019

Inteligencia artificial





Nice to meet you SIRI!


Por Guillermo Montiel



Nuestra SIRI tiene un cuerpo y la vi bailar.

La coreógrafa e intérprete alemana Julia María Koch nos hace cuestionar nuestra comunión con el mundo cibernético, tan íntimamente ligado a nuestra existencia, que no logramos separar la realidad de la ficción.

Emular a una de las inteligencias artificiales más reconocidas del mundo (nuestra amiga SIRI) fue darnos una invitación a un futuro cercano. Lo artificial y lo orgánico se tomaron de la mano para danzar en el Teatro Anita Villalaz la noche del viernes 11 de octubre, en el marco del octavo festival Prisma.


Entre tinieblas, bajo el influjo de la más moderna música berlinesa y con un traslúcido traje como sacado de la película de ciencia ficción El quinto elemento, de Luc Besson, tuvimos vimos cómo se movió con plena autonomía una especie de escultura formada de algoritmos que siempre ha estado al alcance de nuestras manos.
                                                      
Nice to meet you SIRI!


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Humano versus máquina –o la supremacía del híbrido-

Por Alex Mariscal

Definitivamente, tal como lo anuncia el programa de mano del  Octavo Festival Internacional de Danza Contemporánea (PRISMA 2019), el viernes 11 de octubre la alemana Julia María Koch aparece con su pieza SIR en el escenario del Teatro Anita Villalaz sin máscaras. Solo viste una peluca rubia y dos piezas de material transparente que no esconden sino que muestran una anatomía femenina elongada y lentamente tallada por el entrenamiento en el oficio de la danza.


Por la calidad, la fuerza, la velocidad y ritmo de  los movimientos, la característica repetitiva y la sensorialidad que logra comunicar la intérprete, quien es también la creadora de la coreografía, seguro va asiluetándose en el imaginario del espectador esa ya larga preocupación de la humanidad por el invento de la máquina; especialmente, en la última etapa, con la supremacía de la cibernética. ¿Acaso el hombre será robotizado y dejará de ser humano? Ya existen en algunos países implantes de microchips de un app en la muñeca para pagar el metro, hacer las compras.


La pieza, en su elegante y agresiva poética, causa asombro, tanto por el tema como por la destreza física, la apropiación de un movimiento intenso, cargado de energía y sensorialidad que, aunque pareciera a ratos contenerse, logra  trasmitir la angustia de SIRI al transitar de una naturaleza a la otra. SIRI es atractiva; pero, por compleja, desata múltiples preguntas. Estas dos entre ellas: ¿vencerá el hombre a la máquina, o será vencido por su propia creación?; o, como lo plantea el programa, ¿será irresponsable adentrarnos en los mundos de la inteligencia artificial?


Con fotos de Eduard Serra
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One moment at a time

    

         
             I               
SÍNTESIS

Por Moisés García

One moment at a time fue la primera de tres piezas cortas en presentarse la noche del 11 de octubre en la sala de nuestro pequeño pero bien querido teatro Anita Villalaz. 

A cargo de la compañía canadiense de danza contemporánea Trip The Ligth Fantastic, que por segunda vez se presentaba en la octava edición del festival Prisma 2019, la puesta consistió de un solo cuya ejecutante, Janelle Hacault, bailó con esmero, maestría, encanto y picardía, desarrollando en su trayecto secuencias de danza contemporánea apoyadas en hip hop y teatro, lenguaje que domina a la perfección.

Hacault ejecuta cada movimiento con precisión y destreza, yendo al piso, saliendo de él, saltando y corriendo. En el escenario cuelgan, como suspendidos en el aire, vestimentas de mujer. Abajo, tres sillas inmóviles vestidas con coloridas prendas femeninas lo adornan y, transcurridos unos minutos, empiezan a moverse mágica, lenta, casi imperceptiblemente, hasta salir del escenario, dejando la casa limpia en este discurso sobre el tiempo.

El trabajo dirigido por Kyra Jean Green, mente maestra de este espectáculo, concluyó en una sala repleta con fuertes aplausos de gente entusiasta.                        
       

    

¿CUÁNTO DURA EL TIEMPO?

Por Brígida Tobón


La primera imagen que captura el espectador al entrar al teatro para ver el solo ONE MOMENT AT A TIME es la de un palco escénico habitado por varios vestidos suspendidos en el aire, cuatro sillas y un libro hibernando sobre el piso. En tres de las sillas, seres invisibles ataviados con trajes coloridos escudriñan al espectador mientras la cuarta, vacía, espera ser bailada.

Se apagan las luces plenas, todo es oscuro…y cuando el silencio es el único respiro, estallan los acordes de una sinfonía clásica. Un chorro de luz cenital revela un cuerpo femenino que, acurrucado sobre la silla vacía, murmura historias antiguas, se envuelve y desenvuelve sobre sí misma y abre sus ojos inmensos, de batracio prehistórico, para mirar en el tiempo.  

El solo de danza contemporánea, propuesto por el grupo canadiense Trip The Light Fantastic (TTLF) en el Teatro Anita Villalaz la noche  del 11 de octubre, fue interpretado por Janelle Hacault con coreografía de Kyra Jean Green. Inspirado en una pieza realizada por el grupo en 2018, busca “explorar el espacio entre segundos, que pueden parecer eternos”, según dicen sus creadores.


La danza discurre oscilando la velocidad con la lentitud, la contracción con la distensión, la alegría con el horror. La bailarina, con rigurosidad y mucha técnica, va trazando sobre el escenario líneas intangibles hasta crear una tela de araña por donde transitan sus reflexiones sobre el significado del tiempo. Para ello, el performance abre sus puertas a la creación de situaciones dramáticas, improvisaciones, uso de voces y textos. La corporeidad se plantea como un sujeto imaginario y moldeable, como una red sensible que absorbe pero también permea hacia el público el pensamiento sobre el significado del tiempo.


Un halo  hipnótico acompaña el espectáculo: sillas que se desplazan solas empujadas por los fantasmas que las habitan y que representan todos aquellos que han existido en algún instante; manos que se pierden en la cavidad bucal de la bailarina poseída por el espíritu de Saturno devorando a su hijo en la pintura de Goya; o movimientos-contorsiones que esculpen sobre el escenario imágenes tan disimiles  como caracoles, satélites  abandonados en el espacio, o simplemente dudas. Todos recursos que buscan enfatizar lo disperso y etéreo que es el espacio-tiempo.

Después de la reflexión propuesta por TTLF, el espectador es quien responde si el tiempo percibido durante la función fue más largo o corto que los treinta y cinco minutos que bailó Hacault.

Con fotos de Eduard Serra
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Irrupción en la estación del metro

Por Alex Mariscal


Algo inusual ocurre a las 4 de la tarde de hoy viernes 11 de octubre en la ruta del metro, Estación de Albrook. Se arma un cuadrilátero: cables, cámaras, bocinas y un rectángulo de linóleo negro sobre el piso. Los transeúntes, curiosos, detienen su paso y husmean, se arriman, esperan, pese al calor y la estridente sinfonía férrea del tren. Y lo que ha de suceder sucede: entra al tinglado una joven menuda, Hemda  Ben Zvi, entrenada desde su temprana adolescencia en el circo, y luego Amir Guetta, con doce años de experiencia en capoeira.  


Apenas iniciado el encuentro, la lucha se torna agresiva. En medio de flirteos de piruetas acrobáticas y katas muy complejas, o de secuencias de saltos mortales,  los púgiles comienzan a tener contactos, empellones, golpes, y caídas. A veces ella parece estar gravemente herida, y el público lo cree. Entonces, sorpresivamente, ella se levanta y se mofa de él mostrando su superioridad; el público ríe y aplaude a la astuta clown. Así alternan, con pausas para secarse el sudor, secuencias breves de baile, ataques de capoeira, saltos mortales,  caídas, una que otra payasada (ambos son clowns). Parte del humor radica en que la ejecutante femenina es quien hace todas las cargadas, lo cual también es un abatimiento de estereotipos. 


El público aplaude entusiasta y  vuelve a los rieles rutinarios de la vida. Seguramente van pensando qué hacen en el la vía del metro dos israelíes. Algunos hallan respuesta al leer las notas de programa. Son la compañía AMIR & HEMDA, invitados a intervenir su cotidianidad por el octavo Festival Internacional de Danza Contemporánea, PRISMA, 2019.

Con fotos de Eduard Serra
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sábado, 12 de octubre de 2019

¿Sangrar la paciencia?


Obra: Deals With God
Compañía: Julia María Koch
Coreógrafo: Julia María Koch
Teatro Nacional
10 de octubre, 2019




Tratos con el espíritu

Por Brígida Tobón

Tratar de insertar dentro de una estructura cerrada una obra como Deals with God es bastante difícil y hasta desafortunado. No se puede materializar aquello que trasciende al movimiento, por más simple o complejo que esto parezca. Esta es una pieza plural, pero con un contenido fijo, contundente y aparentemente distante, y de ahí la dificultad de conectarse con ella en el inicio.

La coreógrafa alemana Julia María Koch invita con su propuesta escénica a un viaje ritual y metafísico que discurre con profunda sutiliza. A través del título nos entrega  la primera llave para entrar al universo del espectáculo. Deals with God es una pieza que respira un vaho de misterio y misticismo. Son seis sacerdotes-bailarines quienes ofician  el rito de construcción, de acercamiento al icono, que es el cuerpo, pero también conciencia del espíritu que provoca el movimiento.

Edificada sobre tres actos, cada uno se instaura como un laboratorio de  transformación de la imagen. El individuo danzante cimenta una colectividad que le permite confluir en una propuesta escénica circular que busca la  perfección dramatúrgica. Ya Aristóteles defendió el postulado cuando afirmaba que «lo perfecto es naturalmente anterior a lo imperfecto, y el círculo es algo perfecto».





La danza en la obra es perpetua lentitud. Cada movimiento es bailado como rozando la eternidad. Una atmósfera envuelta en nubes de humo reviste de sacralidad cada movimiento; los que, además, ejecutados con perfecta técnica logran recrear hermosos momentos escénicos.

La otra clave para descifrar el misticismo que ocurre en escena está depositada en las luces y la música:

La música punza, atormenta durante todo el espectáculo. Hace sangrar la paciencia. De reiterativos golpes electrónicos que se obstinan en su martilleo se pasa a partituras de música sacra que en cadena regresan a lo electrónico, sin dejar salir a los intérpretes y tampoco a los espectadores del estado de trance en que han sido sometidos.

Un par de luces cenitales crean dos círculos de iluminación que separan el hemisferio luz  del hemisferio oscuro, representando la dualidad por donde se desliza la existencia humana. Los bailarines se sumergen en este mundo lumínico propio de los templos barrocos, en el que los rayos de luz confieren un estado ilusionista y mágico, para entregar secuencias de imágenes donde deambulan reptiles con sus dorsos convexos, artrópodos de mil patas o nudos de escarabajos.

En definitiva, Deals with God no es más que un ejercicio de abstracción sobre lo que los ojos ven y la facultad de discurrir sobre lo visto.



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comUNIDAD

Por Guillermo Montiel

La pieza presentada anoche 10 de octubre en el Teatro Nacional por la bailarina y coreógrafa Julia María Koch me recordó a El banquete, de Platón, donde el filósofo describe su visión del amor. Él explica que en el principio el ser humano era casi el epítome de la perfección: «todos los hombres tenían formas redondas, la espalda y los costados colocados en círculos, varios brazos, varias piernas, fisonomía unida a un cuello circular y perfecto».

La propuesta se divide en tres actos donde las imágenes corporales creadas por los intérpretes aluden a lo que en la antigua Grecia llamaban Arjé (fuente, principio, origen).

Como si nos sumergiéramos en lo profundo del océano, estuvimos envueltos en una oscuridad absoluta y en un frío estremecedor, donde seres invertebrados, cúmulos corporales y unicelulares flotaban en el vacío, creando el espacio sonoro del más recóndito mar.

Yo simplemente me quedé en silencio para ver qué trato hacía con Dios.

Con fotos de Eduard Serra
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viernes, 11 de octubre de 2019

Danzar la fábula de la psiquis

Por Brígida Tobón



Ella tiembla. Tiembla su existencia con minúsculos espasmos que le recorren todo el cuerpo. Ella mira. Mira hacia adentro mientras sus labios modulan conjuros a  los dioses que habitan en el templo de su oquedad. Ella se mueve por los corredores del tiempo con los pasos etéreos de un mimo y con la fragilidad de un cristal a punto de estallar. Ella se busca entre los otros, espejos que no reflejan su identidad y mucho menos su realidad.   

 

Es el viaje hipnótico que la compañía canadiense Trip The Light Fantastic  propone al espectador con su obra The Man Who Travelled Nowhere in Time, con coreografía de Kyra Jean Green, y que  ha sido representada la noche del miércoles 9 octubre en el teatro Anita Villalaz.

 


El espectáculo se balancea entre lo real y lo onírico. Entre lo existencial y lo inconsciente. Con secuencias de movimientos técnicamente perfectos, donde cada parte del cuerpo danza, van tatuando en el aire momentos de gran belleza para encandilar a un público que, desde su poltrona, mira sin aliento y piensa, tal vez, lo que dijo algún día Ralph Waldo Emerson: «despertamos de un sueño a otro sueño».  

 

Es impactante los movimientos de mimo logrados por los bailarines y sobre todo la danza de las manos; no solo por el descubrimiento de este recurso, sino también porque cada dedo se mueve como un soldado que sigue a rajatabla las órdenes impuestas por el núcleo central.

 

La narración no es lineal. Esta se va estructurando sobre composiciones individuales y colectivas de movimiento, entre lo contemporáneo y urbano; pero también con silencios escénicos de imágenes congeladas al igual que fotografías en sepia. Una mesa y 5 sillas son el recurso donde se apoyan y que se va transformando en tálamo, lecho mortuorio o estandarte para la incredulidad. El uso de medios mixtos como las voces en off y el video son elementos sobre los que cabalga la pieza es un acierto para la narrativa del espectáculo.

 


        


La música amalgama armonías que comienzan con notas clásicas para ir derivando en nuevos acordes hasta llegar a los sonidos electrónicos.  Seis bailarines danzan con todo su cuerpo y, como si del interior les brotaran caudales de susurros, recorren el escenario balbuceando palabras y frases muy pocas veces inteligibles, y que a veces se transmutan en gestos de berridos que hacen recordar El Grito de Munch, impregnándole a la pieza instantes de desasosiego y asombro interior.


 

Termina la función y en la atmósfera del teatro queda flotando la duda de quién es el que sueña: ella, cuya existencia tiembla; la coreógrafa en su delirio de creación; los  bailarines que danzan toda la fábula de la psiquis; o el público que indefenso pero lleno de belleza debe retornar a su cotidianidad.





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El grito que no tiene orejas ni relojes




Por Alex Mariscal

Al observar la escena de The Man who Traveled Nowhere in Time, que traduzco como «El hombre que no cambia en el tiempo», se proyecta en mi imaginario la serie de pinturas del  noruego Edvard Munch, cuyo título original en noruego es Skrim, en español «El grito».  En escena, la composición coreográfica de esta pieza, bajo la responsabilidad de Kyra Jean Green, se construye con una frase de pocos movimientos que se acentúan en intensidad, y, en un empecinamiento por la  repetición similar a la de un organismo autista o en epilepsia,  los otros bailarines reiteran en canon estridente o mecánico el fraseo. A ratos se perciben como un grupo de robots que intentan gritar con toda su energía y con gran desesperación a ese otro que permanece sin escuchar, sin ver, sin reaccionar, para que se mueva, despierte y  escuche. Esta dinámica se mantiene y da crecimiento al espectáculo de la compañía Trip the Light Fantastic (Canadá),  cuyos intérpretes logran mantener la energía en crescendo hasta niveles de paroxismo casi insoportable. Y, aunque el motivo de la coreografía partió de una ficción, según la propia coreógrafa, la pieza se comunica en un lenguaje muy actual. El grito, cuando se grita desde la impotencia, se convierte en angustia y delirio. Yo insisto en relacionarla con el grito expresionista, que percibo aunque no puedo escuchar, en los canvas de Munch. Sin embargo, cuando cruzo la calle, sin siquiera mirar, escucho ese gran grito creciendo en cada esquina.

 

Con fotos de Eduard Serra
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Me escapo hacia la danza

Por Alex Mariscal


Pinot Noir, del grupo LajaMartin de Estados Unidos, coreografiada  e interpretada por Martín Durov y Laja Field, presentada el 9 de octubre en el Teatro Anita Villalaz en el marco del festival Prisma, transcurre en secuencias coreográficas que varían una y otra vez, pasando de códigos que se funden a partir de un espacio cotidiano muy teatral hacia otra dimensión más lúdica y abstracta.

En un impulso de los intérpretes se activa todo un mecanismo escenotécnico, y estos se trasportan mágicamente desde el sofá de la casa donde miran la televisión hasta aquella dimensión temporal y espacial del futuro. Con la variación de las secuencias se intensifica el ritmo, colores, estilo y el lugar de origen de la música.



Transportados en una banda sonora y en el baile, nos llevan por las danzas gitanas, la tradición de banda húngara Parno Grazt, el tango y los ritmos urbanos.

Primero, los personajes muestran sus conflictos de pareja y, en esa segunda dimensión de su mundo, se fascinan por mostrar estos mismos conflictos del encuentro y el desencuentro.

Es un viaje a través del movimiento que, con cada nueva música en la que bulle lo latino, y con la intensificación de la temperatura de la luz, crea una coreografía estilizada que pese a su abstracción no niega el erotismo. 

¿Qué quieren mostrarnos Durov y Laja con este juego de pareja que trascurre de un espacio del pasado a uno diferente en cada transición? ¿Será una forma de visionar  lo autobiográfico? 


Hay que tener en cuenta que Laja Field y  Martin Durov, cofundadores de LAJAMARTIN, son una norteamericana y un esloveno vienen trabajando juntos desde hace años; primero con Johannes Wieland en Alemania; luego, en 2015, fundaron VIM VIGOR in NYC,  y, desde el 2017, han estado cuerpo a cuerpo en  la actual compañía.

A partir de sí mismos crean personajes, alter egos que viajan por la vida con sus dos culturas, con todas sus cargas y peripecias, comenzando en el umbral de lo cotidiano rumbo a lo que sería el sueño de todo artista del movimiento: crear la ficción de un baile perfecto y continuo que trascienda todos los espacios temporales.

 Con fotos de Eduard Serra
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Escribir la danza

El laboratorio Escribir la danza, facilitado en la Casa del Soldado por el crítico español nacido en Venezuela, Omar Kahn, entre el 6 y  el 9 de octubre de 2019, impuso como reto a sus doce integrantes escribir reseñas críticas de 1200 caracteres sobre la obra 4 JHON, un homenaje al brillante compositor estadounidense John Cage, de la compañía italiana Esklan Arts Factory. La obra, con dirección y coreografía de Erika Silgoner y Bob Bobsil, fue presentada el lunes 7 de octubre en el Teatro Nacional. Los textos fueron castigados y discutidos posteriormente de cara a ser corregidos y colgados, algunos de ellos, en este CorpoBLOG. He aquí algunas imágenes y, entre ellas, datos adicionales sobre este singular y necesario laboratorio de apreciación de la danza contemporánea. 



Omar Khan es periodista, docente y crítico.Trabajó durante ocho años en la Revista Cinemanía haciendo informaciones y crítica de cine y desde hace años se ha especializado en danza. Ha trabajado para la revista Por la Danza, de la Asociación de Profesionales de la Danza de Madrid. Ha sido y es colaborador habitual de publicaciones como El País, El Economista, On Madrid, Babelia, El Dominical y EP3, entre muchas otras. Es fundador y director de Susy Q, revista de danza (www.susyq.es) con doce años de permanencia en el mercado editorial español. Es también profesor en el Conservatorio Superior de Danza María de Ávila, de Madrid, donde dicta asignaturas relacionadas con la escritura, análisis coreográfico e historia de la danza en el siglo XX.



Escribir la danza – Taller de Periodismo y Crítica con Omar Khan
PRISMA–Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá

Escribir la danza es un taller práctico de apreciación, información y crítica de la danza que intenta aproximar al participante a las peculiaridades de la elaboración de textos periodísticos rigurosos, críticos y reflexivos sobre un hecho escénico determinado. De carácter eminentemente práctico, el taller se centra específicamente en la crítica para prensa escrita y supone, además, un paseo por las diferentes maneras de abordar informaciones de danza a partir de los géneros periodísticos, desde la noticia y la entrevista, pasando por el reportaje hasta llegar (y centrarse) en el género de opinión, que es donde se inscribe la crítica.




Dirigido a estudiantes de danza o teatro, creadores, coreógrafos, directores de teatro, bailarines, actores, estudiantes de periodismo o artes escénicas, periodistas culturales y escritores, y a todo aquel con inquietudes por la reflexión, el análisis de obras y la producción de textos, en 2019 contó con la participación de: Brígida Tobón, Leila Nilipour, Guillermo Montiel, Alex Mariscal, Moisés García, Dionisio Guerra, Félix Ruiz, María Pérez Talavera, Thryrza Guerrero, Luis Guillermo Martínez, Ximena Eleta de Sierra (codirectora del festival) y Salvador Medina Barahona.



Este laboratorio funciona tanto de manera autónoma, así como de preludio para la nueva activación del Colectivo de Escrituras sobre lo Efímero, proyecto que se inició en el 2017 bajo la dirección de la crítica ecuatoriana Bertha Díaz, y que este año, como el año pasado, guía el poeta y ensayista panameño Salvador Medina Barahona.

El mismo pretende registrar, por medio de la escritura, lo que acontece en las presentaciones del festival. Los textos escritos por los participantes y entregados dentro del tiempo estipulado serán curados por Medina Barahona (con la participación de sus autores), y posteriormente publicados en el blog del festival, con el apoyo de el duende gramático.




Fotos de Eduard Serra
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La poesía en movimiento de Xie Xin

Xie Xin Dance Theather, la primavera del contemporáneo chino Por Félix Ruiz Rodríguez Aunque la danza contemporánea apenas se...