martes, 15 de octubre de 2019

La poesía en movimiento de Xie Xin



Xie Xin Dance Theather, la primavera del contemporáneo chino


Por Félix Ruiz Rodríguez

Aunque la danza contemporánea apenas se abre paso en la tradicional sociedad china, algo que queda claro es que sus primeras semillas ya empiezan a florecer y dar frutos. Enhorabuena, porque si alguien en este mundo sabe navegar en los aguas de la precisión, la delicadeza y la belleza al mismo tiempo son precisamente los artistas chinos.

Durante la clausura de la octava versión del Festival Internacional de Danza Contemporánea (Prisma, 2019), el Teatro Nacional, repleto de nacionales y extranjeros, fue testigo de un trabajo del más alto nivel en términos de técnica, y bello en función de la estética e interpretación de los bailarines.

From in es el nombre de la pieza ejecutada por la compañía de danza china Xie Xin Dance Theather, cuya creación coreográfica estuvo a cargo de la propia Xie Xin. La joven bailarina manifiesta que el montaje escénico encuentra sustento en el vínculo humano que hay a través de los recuerdos.

La tenencia humana de experiencias y espacios comunes fue retratada por medio del movimiento de manera delicada, alongada y precisa, con un soporte exquisito del trabajo de iluminación y musicalización. Sombras de ventanales, puertas, caminos, cenitales, el sonido de un ave revoloteando hacían que las figuras asiáticas, vestidas de ceniza luminoso, fueran poesía.


Habría que aplaudir el diseño luces a cargo de Gao Jie, que daban ese matiz de «recuerdo» al montaje coreográfico. Un contraste de luces tenues, sombras y planos, que nos regalaban un espectáculo que hablaba de relaciones en cada figura y forma.

La sinergia, esa suma de efectos individuales, devenía en un juego de percepciones que parecían por momentos una flor que se abría, aves volando, un cardumen atravesando la profundidad, cuerpos flotantes, una onda invisible.

También es destacable el trabajo de los intérpretes: Xie Xin, Hu Shenyuan, Liu Xuefang, Wang, Qizhi, Liu Xue, Tu Yo Zhen, Ma Siyuan y Fan Xiaoyun, quienes han desarrollado una cualidad de movimiento muy particular de la compañía, alucinantes entradas y salidas del piso, espirales y pulcras rutinas de oposición. Una grandiosa capacidad de separar y enfriar el movimiento, así como la forma mágica de hendir el aire, orbitar los cuerpos y ejecutar el efecto dominó con ese toque especial del release.

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Sublime pintura hecha poema


Por Brígida Tobón

Tanta belleza duele. Es una herida que supura mudez y asombro. Es una herida tatuada sin violencia.

Como si  de repente los ojos se hubieran atrofiado, son incapaces de recoger toda la perfección y arte que alberga From in, el espectáculo presentado en el Teatro Nacional por la compañía china XIE XIN DANCE THEATER, la noche del domingo 13 de octubre, última del festival Prisma 2019.

Hasta el más escéptico o detractor de la danza contemporánea tendrá que reverenciar la grandeza y el valor de esta manifestación artística en manos de la coreógrafa Xie Xin, porque ella, como nadie, es capaz de ungir este arte con elegancia y sutileza.

Desde el primer instante, Xie Xin convierte su universo poético en un océano, habitado por bailarines-medusas, que flotan, que levitan bajo el influjo de la música que es la voz de la tierra, que es bramido de búfalos, que es exhalación  de cocodrilos, que es agua, y que como olas va y viene, sin dejarse tocar por la  disonancia, ni abrazar los sonidos histéricos de los acordes electrónicos.

Una luz cenital anuncia el inicio del espectáculo. Como si fuera una pluma, una mujer se levanta alzada por el viento, mientras el hombre que  brota del fondo del escenario llega para asirla por la espalda. Ellos no se ven, solo se sienten, danzan sin poder mirarse, se envuelven, alargan sus cuerpos; él la guía, ella se entrega; ella vuela, él la sigue; ellos flotan con la música que es goteo de mar, misterio, sinfonía de la naturaleza. Los dos bailarines logran hacer un dueto magistral de elevaciones y soportes, de comunicación perfecta entre cuerpo y alma.


Cambia la luz y también la música para darle espacio al conjunto. Son nueve bailarines que se mueven en impecable armonía y coordinación para mostrarle al público la divinidad que esconde un cuerpo en movimiento. Salen y entran como fantasmas en un sueño, sin que el espectador pueda seguirlos en su levedad, que es acrecentada por los vestidos vaporosos que llevan y que parecen tejidos con madejas de nubes.

El caleidoscopio de cuerpos no se detiene. Por más de una hora los bailarines danzan desprovistos de rudeza, en círculos, en espirales, en líneas verticales y horizontales, comandados siempre por una Xie Xin, quien, al frente, batalla contra la gravedad para entregar su mensaje sobre el ser humano, sobre la conexión entre la gente, y la magia de estar en el mismo espacio al mismo tiempo. ¿Será por ello que en un momento cinco bailarinas, en línea al frente de la escena, miran al público y ríen?

From in es una obra con un estilo incomparable y de gran fuerza física y también espiritual.

Tanta belleza duele. Es una herida que supura mudez, pero también ceguera.  Leonardo Da Vinci  lo dijo: «Si la pintura es poesía muda, la poesía es pintura ciega». Y eso es From in, una sublime pintura hecha poema.

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Pinceles sobre una escena trasparente
Por Alex Mariscal

Xie Xin Dance Theatre, de China, encargada de clausurar la octava edición del festival Prisma la noche del 13 de octubre de 2019 en el Teatro Nacional, es una compañía nueva fundada en 2014 por Xie Xin, quien antes había bailado para Sidi Larbi Cherkaoui, coreógrafo belga que incorpora en su trabajo las enseñanzas de Wiiliam Fortsyth, Pina Bausch y Tyrsa Brown.

«El estilo llamativo de Xie Xin presenta movimientos expansivos e intensivos realizados con gran elegancia, pero con profunda conexión espiritual», dicen las notas de programa.  Al enfrentarse a este universo que cobró vida gracias a los intérpretes Xie Xin, Hu Shenyan, Liu Xuefang, Wang Quizhi, Liu Xue, Tu Yo Zhen, Ma Siyuan y Fan Xiaoyun, bajo la exquisita música de Jiang Shaofeng Yin Yi, uno no puede menos que coincidir con lo que estas notas enuncian.


Los movimientos son sencillos, pero el motivo que los genera es muy complejo y polisémico. Cuando uno tiene el privilegio de observar a grandes maestros de la cultura oriental, y especialmente sus artes, siempre sobresale, más allá del conocimiento actual, el largo y cuidadoso proceso de formación de sus ejecutantes. Su famoso «Kung-Fu», salido de los templos Shaolin, significa «experiencia» y esta solo se adquiere con el tiempo.  


Con la maestría de sus ejecutantes, la coreógrafa de esta profunda pieza dibuja sobre el lienzo del escenario, de la misma forma que el niño de aquel cuento en que, luego de veinte años, cuando agotó la última gota del agua de las dieciocho tinajas que su padre le sugirió llenar, llegó a tal dominio de la caligrafía que fue consagrado como el «Santo de los Pinceles».

La danza de Xie Xin es una escritura de cuerpos que pincelan sobre la transparencia de la escena, y cuerpos y escritura se expanden hacia adentro y hacia afuera en las ondas concéntricas del agua, en recorrido infinito. 
Con fotos de Eduard Serra
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Redimidos de angustias


Por Brígida Tobón

La danza contemporánea produce espasmo, deleite, cuando se ve una obra de la talla de Doze, del Budapest Dance Theater de Hungría. El espectador se entrega sin reparos y al final de la representación sabe que ha sido redimido de angustias por un breve período, y rociado con belleza.

No hay espacio para la duda: Doze es una obra llena de poesía y perfección. Seis bailarines, que se hacen inmensos sobre el escenario (Máté Mezö, Julien Klopfesinstein, Salvatore Paonessa, Dzseinifer y Noemi Horcher), dejan impregnada toda su energía, mostrando por más de media hora la capacidad interpretativa y  la calidad técnica que los caracteriza. 

El performance, exhibido en el Ateneo de la Ciudad del Saber la noche del 12 de octubre, empieza con una foto de familia, quieta en el tiempo, revestida de silencio y nostalgia. Los cinco intérpretes que la componen tienen los ojos cerrados, absortos con los acordes de un piano que suena sin cesar. Una luz cenital revela la comunicación que existe entre ellos: sus manos se entrelazan, se sostienen, se  acarician.


Siguiendo la coreografía de Jiri Pokorn, los bailarines danzan el universo ambivalente del sueño y su vigilia.  El espectáculo, rico en  secuencias de movimientos veloces y acrobacias, de duetos y solos, es envuelto por una atmósfera de humo e irrealidad.  Es evidente que cada uno de ellos domina la técnica del ballet clásico, lo que influencia su manera de danzar y por lo tanto el montaje. Hay momentos inolvidables; por ejemplo, cuando dos bailarines, vestidos de azul y café, danzan sobre el piso en exacta coordinación, con vigorosidad pero al mismo tiempo con suprema delicadeza; o cuando se enredan los seis en un solo cuerpo, monstruo de varios rostros, para desplazarse por el escenario y transmutarse en un arácnido gigante.


La música, de Yukari Sawaki,  está escrita en partituras de piano, voces en off, susurros misteriosos y notas electrónicas. También suenan los respiros que, agitados y en off, acompañan la respiración de alguno de los intérpretes después de bailar un solo para crear la particular sinfonía de dos corazones palpitantes, de dos emociones que bombean en idéntico instante de belleza.


Remarcables los efectos de luces. Así como el recurso de un sombrero, estilo fez o tarbush, que, revestido con mosaicos de espejo, llena de chorros de luz la sala a partir de los movimientos del bailarín que lo porta; creando una conexión lumínica y  directa entre  intérprete y público.


 En definitiva, Doze es una gran obra de danza contemporánea que seguramente permanecerá por mucho tiempo como referencia y parte del recuerdo de los asistentes del festival Prisma 2019. 
Con fotos de Eduard Serra
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Los límites del instinto animal


No se puede tocar el cielo sin morir 


Por Leila Nilipour

            De espaldas al público, las bailarinas Marine Rixhon y Anne-Flore de Rochambeau debaten con el vaivén de sus brazos al ritmo de una composición atmosférica, sombría. Izquierda, derecha, izquierda, derecha. Impasibles en su movimiento mecánico y sumergidas en la neblina que envuelve el escenario del teatro Ateneo en la Ciudad del Saber, inauguran la pieza ‘By the Skin of Your Teeth’ de la compañía canadiense Parts + Labour Danse, en el marco del Festival Internacional Prisma Danza 2019.

            El conflicto interno de las intérpretes se dilata. Izquierda, derecha. Izquierda…derecha. ¿Izquierda o derecha? La iluminación lúgubre, tenue, y el viaje sonoro creado por el montrealés Antoine Berthiaume para esta coreografía, sumen al público en una tensión que se quiebra fugazmente cuando Rixhon y de Rochambeau interrumpen el ir y venir de sus brazos y se despliegan sobre las tablas de la sala panameña.



            Un rostro, pálido, angustiado; el otro, serio, distante. La expresión corporal de las bailarinas nos revela que no es un juego. Hay resistencia, seguida de abrazos. Compenetración y rechazo. Casi caen, al unísono, una y otra vez. Una y otra [y otra y otra y otra y otra] vez. Rixhon pende de su compañera. La trepa por detrás, la recorre, cuelga de ella boca abajo. Se escurre hasta el suelo rendida, jadeante.

            Se intuye el punto de quiebre. La incertidumbre es trepidante, las consume. Con su creación, los coreógrafos canadienses David Albert-Toth y Emily Gualtieri –en conspiración artística con Rixhon y de Rochambeau– han llevado al auditorio a experimentar los límites del instinto animal más visceral: el de supervivencia. 



            «No se puede tocar el cielo sin morir un poquito», confiesa de Rochambeau. Nos observa fijamente, suspendida horizontal en el aire. Sujeta del cuerpo erguido de su acompañante, en el borde del escenario, reflexiona, se interpela. Indirectamente, nos coloca en el filo del precipicio y nos obliga a cavilar sobre su propuesta; a preguntarnos lo que preferiríamos no tener que contestarnos jamás.

            ¿Seríamos capaces de arriesgar la vida por el otro?
           
            Pero no hay espacio para el veredicto. Con nuestra moralidad en disputa, un trueno ruge y se apaga la función.



FICHA

Nombre de la obra: By the Skin of Your Teeth
Compañía: Parts + Labour Danse (Canadá)
Coreógrafa: David Albert-Toth y Emily Gualtieri, junto a Marine Rixhon y Anne-Flore de Rochambeau
Contexto: Festival Internacional Prisma Danza 2019
Teatro: Teatro Ateneo de la Ciudad del Saber
Fecha: 12 de octubre, 2019

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Lo que se ama mucho nos devora

Por Alex Mariscal

Uno de los aspectos poderosos de la pieza By the Skin of Your Teeth, presentada en el Teatro Ateneo la noche del 12 de octubre de 2019 en la penúltima función del festival Prisma, es la música que se cuela en los huesos. Está hecha de notas muy largas que dan paso a otras en semitonos hacia arriba en la escala, con transiciones en las que es difícil percibir cuándo termina una y cuándo inicia otra, excepto por los golpes de sonidos sueltos que martillan marcando aparentemente un compás. ¿Es solo la grabación del viento a gran altura o una composición electrónica?  El punto es que genera en el espectador la sensación de una energía muy potente que lo mantiene en ascenso. 

El otro aspecto es que la coreografía es «sencilla». Los movimientos con que las bailarinas María Rixthon y Ann-Flore de Rochambeau la inician así lo señalan. Son discretos movimientos repetitivos de los brazos de un lado a otro y de arriba hacia abajo. ¿Están acomodando cajas en un almacén? ¿Tirando de una cuerda de alpinismo? De esta rutina, que tiene leves variaciones durante varios minutos, una de ellas se desprende y rueda en el espacio. La otra la sigue y la atrapa. Da la sensación de que tiene miedo de quedarse sola o de que la está protegiendo. ¿Qué quieren comunicar con estas secuencias de repetición, de huida y abrazo, de suéltame que me urge escapar, o, no, me quedo, ya somos parte la una de la otra?

Es allí donde comienza uno a elucubrar cuál es el sentido de la pieza de movimientos sencillos, secuencias muy definidas, música en crescendo y ritmo ascendente en su intensidad. Y la energía sensorial desbordante en las ejecutantes, ¿rutina?, ¿expresividad del miedo o sobrevivencia?

A pesar de su sencillez, que no simplicidad, la coreografía de David Albert-Toth y Emily Gualtieri no es una abstracción incomprensible, sino que está preñada de la experiencia humana, que es un concepto muy actual e importante en la danza contemporánea (Tendencias del arte contemporáneo.  Revista SusyQ, 21 de sep. de 2019, pág. 10).

En efecto, la compañía PARTS + LABOR DANSE, de Canadá, anota: «la obra evoca instinto de sobrevivencia en situaciones extremas… como la experiencia depredador-presa o  escalar el Everest». Una carrera de relevo, o abrazar a un ser querido en sus últimos latidos.

La ejecución de Rixthon y  Rochambeau es nítida y fuerte; hace de la sencillez del movimiento una resonancia compleja y universal sobre el acto de morir; es decir, el riesgo de vivir. 

Con fotos de Eduard Serra
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lunes, 14 de octubre de 2019

Prisma Lab 2019



Niños que vuelan

Por Dionisio Guerra


El salón estaba saturado de murmullos. Susurros pequeños, bien chiquititos, aunque, apoyados en unos y otros, dejaban claro el exceso de energía de la audiencia. El noventa y cinco por ciento de los presentes eran niños. Niños de todas las edades con ganas de saltar, corretear; pero que sentaditos esperaban el gran evento.

Habían llegado al aula máxima del Instituto Nacional, la tarde del sábado 12 de octubre de 2019, para apreciar la coreografía DO THOUGHTS THINK THEY ARE LOST / WE FLY TOGETHER (Los pensamientos piensan que están perdidos / Volamos juntos), interpretada por los estudiantes del PRISMA LAB, participantes del programa Enlaces, en el que participan niños desde los 9 hasta los 18 años de las comunidades de El Chorrillo, Barraza, San Felipe y Santa Ana, quienes aprenden habilidades sociales a través de las artes escénicas.


 Al empezar la música, los murmullos se detuvieron abruptamente. Los ojos se abrieron al máximo y las cabezas giraron para encontrarse con la magia. Entonces, los jóvenes bailarines caminaron entre el público dándole la bienvenida. La conexión fue establecida y comenzamos a verlos «volar» en el escenario.

Vestidos con camisetas rojas, amarillas y azules, los bailarines se sumergieron en un juego coreografiado que, aunque al principio parecía ser improvisado, fue encontrando su justificación colectiva en su despliegue técnico.

Vimos cómo los movimientos nos hablaban de unión, de trabajo en equipo, de solidaridad, a la vez que estaban describiendo un mundo soñado en el que la alegría manda, donde se estiran las sonrisas al máximo y la amistad apoya el crecimiento: ¡volar!


La presentación cerró con un coro de la canción «Otro trago», de Sech, recitada a capella por los bailarines, dejando en claro su identidad, la nuestra, y su visión, su orgullo, sus esperanzas.

Prisma Lab es un ejercicio que se viene realizando cada año en el marco del Festival Prisma y que aprovecha la presencia de profesionales de la danza para llevar nuevas perspectivas a estos niños y sus comunidades, construyendo una obra a partir de su entorno y explorando nuevas capacidades a partir de la danza.

Este año Prisma contó con David Dorfman y Kellie Ann Lynch, de David Dorfman Dance, para liderar este ejercicio didáctico. Esta compañía, que tiene más de 30 años de experiencia, reside en Connecticut College y tiene una residencia de danza de verano de la Escuela de Artes de Tisch, en NYU, cada año.


 Do thoughts think they are lost / We fly together fue interpretada por Ángel Adames, Álvaro Barrera, Daniel Batista, Yeheiri Benítez, Arturo Cornó, Luis Chamorro, Génesis Concepción, Melanie Concepción, Meybis Concepción, Jimaleidy Edwards, Elías Estrada, Valeria Fonseca, Claudia Hamilton, Christian Méndez, Luis Mendoza, Josep Petit, Sol Ponce, Jaime Ruiz y Cristina Vallarino. La música es de Liz de Lise, Klezmerson y Michael Walt.

A partir de este tipo de resultados se justifica la permanencia de un festival como Prisma en el entorno socio-cultural y de las artes escénicas de Panamá.


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El futuro está del otro lado del muro

Por Alex Mariscal

Desde que tengo uso de razón escucho este estribillo, muy trillado en la actualidad, de boca de los políticos de mi país: «Los niños son el futuro de la patria». Pero el accionar político, económico y social de la mayoría de ellos cuando logra la preciada silla del poder no se orienta según este enunciado.

La tarde del sábado 12 de octubre, cuando observaba en el Instituto Nacional la coreografía de David Dorfman y Kellie Ann Lynch, directores del grupo David Dorfman Dance, llevada a escena por un grupo de niños y adolescentes de programas sociales que trabajan  a través de la danza, me pregunté: ¿no sería extraordinario que todos los niños de la patria tuviesen estas oportunidades? ¿No piensan ustedes lo mismo?



Porque hay niños que no tienen la fortuna de haber salido de su calle, ni de haber cruzado el muro de su manzana, ni, por diversas razones, de haber rebasado los límites de su municipio. Mucho menos de haber asistido a un teatro, o a una clase de arte. Al observar a esta veintena de bailarines orgullosos, alegres, entusiastas, reafirmé la invalorable función del arte, en este caso de la danza, en la construcción de la individualidad, la seguridad en sí mismo, el trabajo en equipo. Y esto ha sido posible gracias a la acertada visión del Festival Internacional de Danza Contemporánea de Panamá, PRISMA, ya en su octava versión.

«Exploramos alegría e individualidad», indican las notas de programa.  Técnicamente, me comentó el coreógrafo Dorfman, «comenzamos con los fundamentos de cómo entrar y rodar sobre el piso y luego trabajamos a partir de movimientos que ellos traen consigo, de la cultura pop».



Más allá de los aspectos técnicos, el resultado de este laboratorio es precisamente lograr que estos chicos puedan, en un doble sentido, cruzar los límites de la realidad y de lo imaginario. También cruzar la calle, el muro, las fronteras de lo conocido a un mundo donde cada uno puede apoyarse en el hombro del otro y, en equipo, saltar todas las barreras y echar a volar la imaginación.

Estos niños y jóvenes titularon su pieza: Do Thoughts Think They Are Lost /We  Fly Toguether (Los pensamientos piensan que están perdidos / podemos volar juntos). Porque ellos ya visualizan un futuro, porque la patria no es un estribillo vacío, sino lo que una colectividad participativa construye para hacernos mejores. 
Con fotos de Eduard Serra
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domingo, 13 de octubre de 2019

De cuerpos, placeres, cielo e infierno

EL CUERNO QUE GRITA EN EL JARDÍN DEL PLACER

 

Por Brígida Tobón

 

Un cuerno suena entreverado en la música que abre el espectáculo 4 HEADS la noche del viernes 11 de octubre, en la cuenta regresiva para el cierre del festival Prisma 2019. Suena y resuena contra las paredes del teatro Anita Villalaz como una voz ancestral que anuncia la llegada de momentos de belleza, pero también de horror. STUDIO TANÇA DANZA TEATRO hace alianza con ese instrumento, que fue usado en la antigüedad por los celtas y egipcios, para advertir, para alertar al espectador de lo que está a punto de suceder.


 

El cuerno continúa con su pregón. Grita su mensaje de arte y poesía para que un bailarín bajo su influjo se arrastre, como un reptil surreal extraído del panel del paraíso, de la obra «El jardín de las delicias», del pintor holandés Hieronymus den Bosch (El Bosco). Y es precisamente en este artista en quien el grupo eslovaco dice haberse inspirado para crear la pieza de danza en que cifran su performance.

 

Cuatro bailarines se apropian de la escena. Se buscan, se acercan, para respirarse y poder dibujar con sus cuerpos la imagen del placer. Entonces surge una patena divina con fresas en el centro del palco escénico, como símbolo que invita a la lascivia, a sacralizar los deleites carnales. El elemento del fruto no es gratuito, pues aparece varias veces representado en la pintura de El Bosco, y del que dice el crítico holandés Reindert Falkenburg: «El Bosco pervierte el tema del amor cortés con la fruta del amor, una metáfora tradicional para la unión amorosa, religiosa y mundana, ahora transformada en una prisión infernal».


4 HEADS plantea la búsqueda animal de la condición humana por vía el placer; propicia el encuentro con emociones fuertes que se desbordan. Los bailarines logran inocular en su danza toda la pasión necesaria para comunicar al público lo que quieren decir a través del lenguaje silencioso de sus cuerpos; con la fuerza de sus movimientos, su relación con el espacio y con el elemento “fresas”.  La fruta no es solo para ser comida; ella se huele, se siente, se amalgama al rostro, se entrega al otro con lujuria hasta llegar al paroxismo.


El coreógrafo Andrej Petrovic aduce que al crear la pieza no se encadenó  a los símbolos y claves de la iconografía de El Bosco. Para él, estos fueron solo el propulsor de su creatividad y le ayudaron a construir secuencias de movimientos que apoyan el eje narrativo de su creación, con la que pretende «establecer una abstracción y ampliar ideas que apuntan a un mundo absurdo, en el que hay un jardín de placer, el cielo y el infierno».

Con fotos de Eduard Serra
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La poesía en movimiento de Xie Xin

Xie Xin Dance Theather, la primavera del contemporáneo chino Por Félix Ruiz Rodríguez Aunque la danza contemporánea apenas se...