martes, 15 de octubre de 2019

Redimidos de angustias


Por Brígida Tobón

La danza contemporánea produce espasmo, deleite, cuando se ve una obra de la talla de Doze, del Budapest Dance Theater de Hungría. El espectador se entrega sin reparos y al final de la representación sabe que ha sido redimido de angustias por un breve período, y rociado con belleza.

No hay espacio para la duda: Doze es una obra llena de poesía y perfección. Seis bailarines, que se hacen inmensos sobre el escenario (Máté Mezö, Julien Klopfesinstein, Salvatore Paonessa, Dzseinifer y Noemi Horcher), dejan impregnada toda su energía, mostrando por más de media hora la capacidad interpretativa y  la calidad técnica que los caracteriza. 

El performance, exhibido en el Ateneo de la Ciudad del Saber la noche del 12 de octubre, empieza con una foto de familia, quieta en el tiempo, revestida de silencio y nostalgia. Los cinco intérpretes que la componen tienen los ojos cerrados, absortos con los acordes de un piano que suena sin cesar. Una luz cenital revela la comunicación que existe entre ellos: sus manos se entrelazan, se sostienen, se  acarician.


Siguiendo la coreografía de Jiri Pokorn, los bailarines danzan el universo ambivalente del sueño y su vigilia.  El espectáculo, rico en  secuencias de movimientos veloces y acrobacias, de duetos y solos, es envuelto por una atmósfera de humo e irrealidad.  Es evidente que cada uno de ellos domina la técnica del ballet clásico, lo que influencia su manera de danzar y por lo tanto el montaje. Hay momentos inolvidables; por ejemplo, cuando dos bailarines, vestidos de azul y café, danzan sobre el piso en exacta coordinación, con vigorosidad pero al mismo tiempo con suprema delicadeza; o cuando se enredan los seis en un solo cuerpo, monstruo de varios rostros, para desplazarse por el escenario y transmutarse en un arácnido gigante.


La música, de Yukari Sawaki,  está escrita en partituras de piano, voces en off, susurros misteriosos y notas electrónicas. También suenan los respiros que, agitados y en off, acompañan la respiración de alguno de los intérpretes después de bailar un solo para crear la particular sinfonía de dos corazones palpitantes, de dos emociones que bombean en idéntico instante de belleza.


Remarcables los efectos de luces. Así como el recurso de un sombrero, estilo fez o tarbush, que, revestido con mosaicos de espejo, llena de chorros de luz la sala a partir de los movimientos del bailarín que lo porta; creando una conexión lumínica y  directa entre  intérprete y público.


 En definitiva, Doze es una gran obra de danza contemporánea que seguramente permanecerá por mucho tiempo como referencia y parte del recuerdo de los asistentes del festival Prisma 2019. 
Con fotos de Eduard Serra
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