domingo, 13 de octubre de 2019

De cuerpos, placeres, cielo e infierno

EL CUERNO QUE GRITA EN EL JARDÍN DEL PLACER

 

Por Brígida Tobón

 

Un cuerno suena entreverado en la música que abre el espectáculo 4 HEADS la noche del viernes 11 de octubre, en la cuenta regresiva para el cierre del festival Prisma 2019. Suena y resuena contra las paredes del teatro Anita Villalaz como una voz ancestral que anuncia la llegada de momentos de belleza, pero también de horror. STUDIO TANÇA DANZA TEATRO hace alianza con ese instrumento, que fue usado en la antigüedad por los celtas y egipcios, para advertir, para alertar al espectador de lo que está a punto de suceder.


 

El cuerno continúa con su pregón. Grita su mensaje de arte y poesía para que un bailarín bajo su influjo se arrastre, como un reptil surreal extraído del panel del paraíso, de la obra «El jardín de las delicias», del pintor holandés Hieronymus den Bosch (El Bosco). Y es precisamente en este artista en quien el grupo eslovaco dice haberse inspirado para crear la pieza de danza en que cifran su performance.

 

Cuatro bailarines se apropian de la escena. Se buscan, se acercan, para respirarse y poder dibujar con sus cuerpos la imagen del placer. Entonces surge una patena divina con fresas en el centro del palco escénico, como símbolo que invita a la lascivia, a sacralizar los deleites carnales. El elemento del fruto no es gratuito, pues aparece varias veces representado en la pintura de El Bosco, y del que dice el crítico holandés Reindert Falkenburg: «El Bosco pervierte el tema del amor cortés con la fruta del amor, una metáfora tradicional para la unión amorosa, religiosa y mundana, ahora transformada en una prisión infernal».


4 HEADS plantea la búsqueda animal de la condición humana por vía el placer; propicia el encuentro con emociones fuertes que se desbordan. Los bailarines logran inocular en su danza toda la pasión necesaria para comunicar al público lo que quieren decir a través del lenguaje silencioso de sus cuerpos; con la fuerza de sus movimientos, su relación con el espacio y con el elemento “fresas”.  La fruta no es solo para ser comida; ella se huele, se siente, se amalgama al rostro, se entrega al otro con lujuria hasta llegar al paroxismo.


El coreógrafo Andrej Petrovic aduce que al crear la pieza no se encadenó  a los símbolos y claves de la iconografía de El Bosco. Para él, estos fueron solo el propulsor de su creatividad y le ayudaron a construir secuencias de movimientos que apoyan el eje narrativo de su creación, con la que pretende «establecer una abstracción y ampliar ideas que apuntan a un mundo absurdo, en el que hay un jardín de placer, el cielo y el infierno».

Con fotos de Eduard Serra
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