jueves, 10 de octubre de 2019

Tríptico de Alanda

Los intérpretes bailan para contarnos una historia basada en el orgullo por sus raíces. Alanda nos muestra las cualidades particulares, los estilos diferentes de cada intérprete, que son, al mismo tiempo, el perfecto complemento para el colectivo. Cada escena, potenciada por una iluminación bien lograda, era un lugar diferente en el viaje que hicimos. 
             Katherine Bucktron Olle, bailarina 






I

Esa Andalucía…

Por Dionisio Guerra


Alanda planteó un viaje, un repaso conciliador por la historia del génisis y conformación de la antigua Andalucía.

Su mezcla cultural, sus ritos, sus creencias y el amor por lo propio aparecen reflejados en la propuesta de Marcat Danza, un colectivo que junta bailarines de Estados Unidos, Italia y España, que se presentó el martes 8 de octubre en el Ateneo de Ciudad del Saber como parte de la programación del Festival Prisma de danza contemporánea.

La compañía conectó con la audiencia usando la música como anzuelo. Ritmos estridentes y arrulladores, música vigorosa y delicada. Recuerdos, sueños, figuras asombrosas que crecían y se diluían ininterrumpidamente.

Alanda sugirió una épica poderosa narrada a partir de los encuentros y desencuentros. Un trazado dual que permitió contar la historia en varios niveles y dejar que el espectador pudiese ver nudo y desenlace.

Concluido el espectáculo, los espectadores tuvieron un conversatorio con los bailarines, y Alanda seguía sacándonos emociones. ¿Fue la música, la historia, sus cuerpos en movimiento?






II

ALANDA,  un viaje en el misterio

Por Brígida Tobón

Entre los pliegues de un desierto de humo blanco, dos mujeres, como Fata Morgana, deambulan lento, imperturbablemente lento, hacia el otro lado de su destino. Con esta imagen poética da inicio la obra Alanda.

La pieza, poseída por un espíritu de encantadora y gran teatralidad, va narrando desde el primer momento a través de movimientos catárticos los secretos y magia que guarda la conjunción de culturas. Sus rituales susurran emociones ancestrales que establecen la conexión entre los intérpretes y el público. Cada instante de representación libera o transforma en el interior de los espectadores sentimientos nacidos en una experiencia vital  de estética profunda.

Sobre el palco escénico, los cinco bailarines  crean un lenguaje danzario repleto de velocidad y energía. Por momentos es frenético; en otros, ofrece movimientos idénticos que se van intercalando entre solos, duetos y tríos, para confluir siempre en una nueva secuencia colectiva donde regresan a la unidad. 



El escenario, que es la vía que conecta con el corazón de Al-Andalus, lo moldean trazando con sus cuerpos líneas impetuosas y diversas para que se alargue, se haga infinito como la senda hecha por judíos, árabes, turcos y tantas otras comunidades para llegar al sur de España. 

La música es un corredor de sonidos por donde transita la historia de nueva cultura y con la que al fin de cuentas se resume el espectáculo: la melodía La rosa enflorece y los tambores del Bronx estremecen y silencian cualquier duda. Te atrapan con lamentos y golpes delirantes para no soltarte más. El solo final, danzado bajo el embrujo del tema musical de Armand Amar, «Poema de los átomos», lo dice todo, como para no olvidar jamás a Marcat Danza y su precioso performance Alanda:

¡Oh día, despierta! Los átomos bailan.
Todo el universo baila gracias a ellos.

Las almas bailan poseídas por el éxtasis.
Te susurraré al oído… a dónde les arrastra esta danza.
Todos los átomos en el aire y en el desierto… parecen poseídos.
Cada átomo, feliz o triste… está encantado por el sol.
No hay nada más que decir.
Nada más.




III

Travesía a pie sobre la arena

Por Alex Mariscal

Marcat Danza (Estados Unidos / España) presentó la noche del 8 de octubre en el Ateneo de la Ciudad del Saber su espectáculo Alanda, una coreografía de Mario Bermúdez Gil.

Cinco ejecutantes vestidos con una paleta de colores bage aparecen en una onírica atmósfera cálida de arena y bruma. El sonido es orgánico; el espacio, caliente; el tiempo, remoto.

La música hace un recorrido evolutivo que nos transporta desde un lugar europeo hacia el oriente medio, hacia culturas lejanas y desérticas. La gestualidad repetitiva afirma, sobre un hostil camino, una larga travesía, con rupturas para dirigirse al cielo, a la celebración, al gozo de haber llegado a algún sitio.

Alanda hace alusión a la confluencia en Andalucía de muchas culturas. En el elenco se mezclan bailarines españoles, italianos y norteamericanos, lo que ya es un viaje en sí mismo en lo transcultural, con el consecuente  intercambio de lenguas, música, bailes, rituales.

Los sonidos, desde los orgánicos y sutiles hasta los incorporados por cuerdas, vientos madera y tambores de guerra, así como la luz, van creando una puesta en escena que cobija a los ejecutantes.





La ejecución de las diversas variaciones de la célula de movimiento original se va desarrollando en colores sensoriales que llevan a un acertado clímax, con fuerza, y con ritmo exigente para cada uno de los bailarines.

Cuando el lenguaje coreográfico es claro, el público se identifica y reacciona: «me hicieron llorar», dijo una espectadora, con su risos tirados al aire. Yo me identifiqué con ella, aunque no lloré. En el cierre de la pieza, con los tambores y la destreza de los cuerpos resonando en el filo de un tempo percusivo y épico, también vi los camellos, corrí y corrí para llegar pronto al próximo destino.


Con fotos de Eduard Serra

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