deconstruyendo mitos, construyendo fantasías
Por María Pérez Talavera
Existe el mito de que Miró pintaba directamente sobre
el canvas, como un niño. Rosa María Malet, quien fuera directora de la
Fundación Joan Miró de Barcelona, y Carolyn Lanchner, curadora del Museum of
Modern Art (MoMA) de Nueva York y responsable de una exhibición del artista
catalán (1993-1994), se han dedicado a desmentir esta creencia: en Barcelona, a
través de la exhibición de múltiples cuadernos de la colección de la Fundación
Miró que contienen anotaciones de sus ideas e imágenes antes de ser plasmadas
en el lienzo; y en Nueva York, donde la exhibición de estos cuadernos
demostraba la inclinación de Miró a crear series, una multitud de
representaciones gráficas organizadas, debidamente agrupadas y relacionadas
entre sí.
MiraMiró es un espectáculo basado en el universo creativo de
Miró, que combina la danza y la animación de video y que, al igual que el
testimonio artístico al que le rinde tributo, demuestra un nivel calculado de
técnica y planificación detrás de la aparente inocencia de un show infantil.
La compañía española Baal Danza está conformada por
Catalina Carrasco, bailarina, coreógrafa y performer
con interés en la investigación del movimiento y la transformación corporal; y
Gaspar Morey, performer, técnico y
científico, especialista en biomecánica, estudioso del movimiento humano. Ambos,
junto a la bailarina Aina Pascual, forman parte de la trinidad de MiraMiró.
MiraMiró adopta símbolos predominantes de la obra del artista
que ayudan a hilar la historia de un viaje al cosmos: los insectos, las figuras
geométricas, las estrellas. Lo más interesante es cómo la representación está
apoyada enteramente en la animación de video de Adri Bonsai (ganadora del Goya
al mejor cortometraje animado 2018), creando un juego de sincronización con la
coreografía de Carrasco, quien hace una narrativa corporal de las formas, el
movimiento e incluso el color. En su búsqueda de lo esencial, la intérprete y
coreógrafa trabaja la transformación corporal como magia: una oruga en su
desplazamiento arrugado, una araña en malabares, una mole que crece; lo cual va
en línea con su planteamiento y, al mismo tiempo, construye la fantasía del
espectáculo infantil.
El escenario simula un canvas en blanco donde la
videoanimación apoya a una coreografía geométrica y expresiva, musicalizada por
la banda sonora de Kiko Barrenengoa. El espectáculo se vuelve entonces un mapa
cartográfico que va registrando en tiempo real —como un GPS— los movimientos de
rojo (Carrasco), amarillo (Morey) y negro (Pascual) sobre el lienzo;
deconstruyendo piezas gráficas de Miró; marcando trazos rítmicos; proyectando
sombras en ángulos asombrosos que nada tienen que ver con una manifestación
espontánea, sino más bien con un estudio meticuloso del movimiento corporal
—humano, animal, insectil— de la anatomía, de las formas, del color, de la
iluminación y de la sincronía.
Si pudiera calificar este espectáculo, empatía sería la palabra atinada:
empatía de la compañía Baal con la obra de Miró como referente; empatía
corporal en las representaciones coreográficas de seres vivos, elementos
abstractos y fantásticos; empatía de los artistas hacia la audiencia en todo
momento, especialmente en una escena de cierre que los hace partícipes; empatía
del International School of Panama, cuyo
teatro recibió el 8 y 9 de octubre de 2019 a cientos de niños de primaria de escuelas hermanas; empatía de
la danza con el universo mágico de la imaginación infantil, que no tiene
límites. Quizás la empatía haya sido lo
único espontáneo del show.